domingo, 29 de diciembre de 2013

Amarrada con pabilo



Tengo como una carta atravesada, ¿sabes? esto sobre lo que tienes tiempo queriendo escribir, algo que tengo tiempo queriendo contarte y no sé como hacerlo. He visto mucha gente irse de Venezuela, otros con tantas ganas de irse, algunos volviendo porque no encontraron lo que esperaban, tengo ganas de contarte sobre ellos y mandarle algún mensaje de ánimo al tío que está pensando en volver a arrancar. Pero no será esta vez, esta vez estamos en Navidad.



Estas navidades creo que he comido más hallacas que nunca, la niña que fui quizás refutaría esto con algún recuerdo de una hallaca a mediados de Enero, pero es que antes eran todas tuyas y la casa olía a hojas y sabía aceitunas desde Noviembre, pero eran las de mi tía.


Esta vez me he dedicado a comparar. Hallacas andinas, caraqueñas, de alguna mamá que las hace con huevo, de la abuela de alguien que tiene el secreto de la masa perfecta, de una cena del trabajo que las encargaron y salieron carísimas. Y bueno, son hallacas, como saben normalmente, buenas en general. Sabes que cuando uno está lejos es lo que más extraña, la comida de Navidad, así que cuando vuelves las valoras y las disfrutas mucho más.


Pero la semana pasada me visitó el espíritu navideño envuelto en hojas de plátano. Una amiga, de esas que nos vio y participó más de una vez que nuestros quehaceres decembrinos me dijo que estuvo haciendo su tanda de Navidad amarrada con pabilo y que iba a pasar a dejarme unas cuantas. Y bueno, chévere, otras para probar.


Cuando la estaba calentando me acordé así de pasada de que era el tamaño del que tú hacías las hallacas, más bien pequeñas, "porque esas hallacas grandísimas llenan mucho y hay muchas cosas para comer en la mesa". Qué casualidad. Desamarré mi hallaca y me senté a hacer de jurado. Cuando probé aquello tía, todo tan bien picadito, esa masa que ella sola sabe a gloria, sin ninguna exageración, todo en su justa medida; me acorde de tantas cosas, de tantas navidades, de la locura de la cocina, de ti con tu pañuelo en la cabeza, de mi no logrando nunca amarrarlas, de tanta limpiadera de hojas, y esa casa llena de gente. No te puedo decir que sabían igual, porque la sazón es algo así como el olor corporal, única. Pero te recordé tanto.


Al llamarla me dijo que eran de los mejores piropos que le habían echado, y que sí, que había mucho de tu receta.


Más que pertenecer a algo, que eso te pertenezca a ti, y que haya detalles que no dejen que se te olvide todo lo que tienes y lo afortunado que eres. Eso creo que es la Navidad, y eso es esté uno donde esté, esos momentos no te van a dejar de acompañar, lo que te deja la gente que quieres va contigo a donde vayas tú, tu país sirve para vivir los recuerdos con más intensidad, pero estando lejos también se disfrutan y también reconfortan, uno nunca está solo.


Espero que tú también hayas disfrutado tu Nochebuena, y que el Niño Jesús te haya llenado de regalos a pesar de que los Reyes te visitan también. Uno sigue sus costumbres pero adoptar otras no es tan malo, menos cuando significa doble regalo. Y aparte, nunca nos quejamos mucho de las gambas en la mesa del 24.


Un abrazo tía, Feliz Navidad.

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